FISICA CUANTICA EN LA CREATIVIDAD Y LA EXISTENCIA

 


Hubo un tiempo en que la realidad se pensaba como un reloj perfecto, el tiempo donde cada engranaje respondía a leyes claras y previsibles. El mundo era un mecanismo y nosotros, meros observadores externos, capaces de describirlo sin perturbarlo. Ese tiempo se quebró cuando, en el corazón invisible de la materia, la certeza se fisuró. Max Planck, al introducir la idea de cuantos de energía (Zur Theorie des Gesetzes der Energieverteilung im Normalspectrum, 1900), abrió una grieta en la visión mecanicista. Luego, Werner Heisenberg con su Principio de Indeterminación (Über den anschaulichen Inhalt der quantentheoretischen Kinematik und Mechanik, 1927) y Erwin Schrödinger con su célebre ecuación y la paradoja del gato (Die gegenwärtige Situation in der Quantenmechanik, 1935) no solo fundaron una nueva física: alteraron la idea misma de realidad.

La ecuación de Schrödinger, formulada por Erwin Schrödinger en 1925, es una de las bases fundamentales de la mecánica cuántica. Esta ecuación describe cómo el estado cuántico de un sistema físico cambia con el tiempo. 
En términos sencillos, la ecuación permite predecir la evolución de una partícula cuántica (como un electron) en función de su energía y potencial.

La paradoja del gato de Schrödinger, presentada en 1935, es un experimento mental que ilustra la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica y pone de manifiesto la extrañeza de la superposición cuántica. En este experimento, se imagina un gato encerrado en una caja opaca junto con un mecanismo que tiene un 50% de probabilidad de liberar un veneno en un periodo de tiempo determinado.

Según la mecánica cuántica, hasta que se abra la caja y se observe el estado del gato, este se encuentra en una superposición de estados: está simultáneamente vivo y muerto. Solo en el momento en que se realiza la observación, el estado del gato colapsa en uno de los dos estados posibles (vivo o muerto).

Estos conceptos resaltan la naturaleza no intuitiva del mundo cuántico, donde la observación juega un papel crucial en la determinación del estado de un sistema. La paradoja del gato, en particular, invita a reflexionar sobre el papel del observador en la ciencia y la interpretación de la realidad.

Desde entonces vivimos en un universo donde una partícula puede estar en varios lugares a la vez (superposición), donde dos entidades pueden influirse de manera instantánea sin importar la distancia (entrelazamiento), y donde conocer implica alterar lo conocido. La física cuántica no es únicamente un triunfo científico: es una revolución filosófica. Su principio de indeterminación declara que hay un límite inevitable en lo que podemos saber; su superposición sugiere que la realidad no está definida hasta que un acto de observación la despliega; su entrelazamiento nos recuerda que lo separado no siempre está aislado. En cierto modo, la ciencia parece reencontrarse con una intuición antigua: el mundo no es un agregado de piezas sueltas, sino una trama de interdependencias.

En filosofía, este cambio repercutió profundamente. La epistemología tuvo que aceptar que el observador nunca está fuera del fenómeno. En la física clásica, se asumía que el sujeto podía medir sin modificar lo medido; el científico miraba y lo mirado permanecía idéntico, como si sujeto y objeto fueran islas. La física cuántica, en cambio, muestra que la medición no es pasiva: obliga a la partícula a “elegir” un estado, colapsando la superposición en interacción con el observador (Heisenberg, 1927). Karen Barad, en Meeting the Universe Halfway (2007), denomina a esto “realismo agencial”: lo real y lo pensado se configuran mutuamente en cada encuentro. El observador no es testigo neutral; su presencia, sus métodos, incluso su intención, influyen en el resultado. Esta propuesta ontológica y epistemológica sostiene que mundo, conocimiento y ética están intrínsecamente entrelazados. No conocemos “desde fuera”: los actos de conocer participan en la constitución de lo real que conocemos.

Lacan, desde otro horizonte, también intuía que el acto de mirar modifica el campo de lo real, aunque en su caso se trataba del campo del deseo. En El seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), plantea que la mirada no es simple percepción, sino un punto en el que el sujeto y lo que ve quedan atrapados en una red de implicaciones mutuas. Ricoeur, por su parte, en La metáfora viva (1975) y Soi-même comme un autre (1990), recuerda que narrar —y todo acto de conocimiento es, en cierto modo, narrar— es siempre construir sentido desde una posición situada. No hay acceso a la realidad sin interpretación, y toda interpretación implica responsabilidad.

Incluso Bajtín, desde la teoría literaria, aporta una clave al insistir en que todo enunciado es dialógico (Estética de la creación verbal, 1979): lo que decimos y lo que observamos nace de un entrelazamiento de voces y contextos. La física cuántica, con su entrelazamiento y co-creación, parece dar un correlato físico a esta intuición: no hay eventos absolutamente aislados.

El impacto de esta visión es humanista y ética. Si el mundo es una red de entrelazamientos, nuestras acciones —incluso las más pequeñas— vibran más allá de lo visible. Lo que hago aquí repercute en otro lugar, en otro tiempo, en otro cuerpo. Esto desafía el individualismo radical y sugiere una ética de responsabilidad ampliada: el observador crea y es creado, y por tanto es responsable de lo que mira y de cómo lo mira. La cuántica devuelve también el misterio: no como magia disfrazada de ciencia, sino como restitución de la complejidad. El azar, la probabilidad, la imprevisibilidad no son fallos, sino parte constitutiva del tejido real.

BARAD Y LACAN: LA REALIDAD COMO ACTO FANTASMAL
(Un diálogo entre física cuántica y psicoanálisis)

En este contexto, ciencia, filosofía y arte pueden unirse no para domesticar la realidad, sino para aprender a vivir en ella con asombro lúcido. Quizá lo que cambia con la física cuántica no es solo nuestra visión del cosmos, sino de nosotros mismos: menos ingenieros de un mecanismo, más navegantes de un mar movedizo. Y si, como dice Barad, el fenómeno surge en la interacción, y como recuerda Lacan, la mirada nos implica, entonces observar —con atención, con cuidado— es ya un acto creador. En esto, la física cuántica y la ética coinciden: toda observación es también una forma de responsabilidad.

La herida del conocimiento

Cuando Heisenberg formuló su principio de incertidumbre (1927), no solo estableció un límite técnico: declaró que observar es violentar. Para Karen Barad, física y filósofa, esto no es una falla humana, sino la naturaleza misma de lo real: "La indeterminación no es ignorancia; es la textura viva del mundo" (Meeting the Universe Halfway, 2007). Su concepto de "intra-acción" disuelve la dicotomía sujeto-objeto: no existen partículas independientes del dispositivo que las mide. Un electrón no tiene posición o momentum; los adquiere en el acto de medición.

Jacques Lacan, desde el psicoanálisis, llega a una conclusión paralela por otros caminos. En su seminario Los cuatro conceptos fundamentales (1964), la mirada no es un rayo de control, sino un campo de fuerzas donde el observador es mirado por lo Real. Al intentar capturar el objeto (el objeto a), el sujeto descubre su propia fractura. Heisenberg y Lacan coinciden: el deseo de saber es un deseo de herirse.

Retrocausalidad y retorno de lo reprimido

La provocación de Barad:

En mecánica cuántica, experimentos como el de "elección retardada" (Wheeler, 1978) sugieren que una medición presente puede alterar el estado pasado de una partícula. Barad lo interpreta como prueba de que la causalidad no es lineal, sino un bucle de intra-acciones. El pasado no está fijo: se reconfigura en cada nuevo fenómeno.

La réplica lacaniana:

Esto resuena con la idea de causación retrógrada (Nachträglichkeit): un evento traumático del pasado solo adquiere significado cuando un hecho futuro lo resignifica. Como el electrón de Wheeler, el trauma no "ocurre" hasta que el presente lo actualiza. Para Lacan, el inconsciente es ese laboratorio donde los significantes reorganizan el tiempo.

Ejemplo concreto:

Un niño vive un episodio confuso a los 5 años. A los 30, al enamorarse, ese recuerdo se revela como trauma. Según Barad: el presente intra-actuó con el pasado, colapsando su potencial en una herida. Según Lacan: el amor funcionó como significante amo que retroatribuyó sentido a lo reprimido.

Fantasmas en la máquina: ¿Qué es lo Real?

Barad: Lo Real es un campo de potenciales: Existe como superposición de estados hasta que una intra-acción lo colapsa. "La materia es narrativa en suspenso".  
Lacan: Lo Real es lo imposible: Un núcleo traumático que resiste la simbolización. "Es lo que siempre vuelve al mismo lugar" (Seminario XI).
Barad: El gato de Schrödinger es un fenómeno pendiente: ni vivo ni muerto, hasta que la caja se abre.  
Lacan: El gato es un fantasma: Encarna lo indecible (¿cómo representar "estar muerto-vivo"?).

Aquí yacen sus diferencias ontológicas:
Barad es materialista radical: Lo real se teje en prácticas concretas (experimentos, tecnologías, políticas).
Lacan es idealista trágico: Lo real es un agujero en lo simbólico; solo accesible por sus efectos.

Ética: Responsabilidad vs. Fidelidad al deseo

Barad exige una política de la intra-acción: "Si un algoritmo de reconocimiento facial 'crea' razas al clasificarlas, no basta con ajustar datos: hay que desmontar el dispositivo que produce esa realidad injusta. Somos corresponsables del mundo que actualizamos."
Lacan propone una ética del no-saber: "No ceder ante el deseo (ne pas céder sur son désir) es aceptar que nunca controlaremos lo Real. La justicia no es domesticar el trauma, sino habitar la grieta con lucidez."

Dos maneras de habitar el enigma

La física cuántica y el psicoanálisis son hijos del siglo XX: ambos saben que la realidad es un acto fallido de dominio. Barad nos invita a ser tejedores lúcidos de lo real: si cada medición, cada ley, cada palabra intra-actúa el mundo, entonces la justicia es rediseñar esos gestos creadores. Lacan, en cambio, nos pide ser arqueólogos de nuestra impotencia: solo al admitir lo insondable escapamos de la ilusión de control.

Quizás su divergencia es un entrelazamiento: Barad nos da la herramienta para actuar; Lacan, la humildad para aceptar que todo acto abrirá nuevas heridas. Juntos, nos enseñan que vivir es colapsar potenciales sabiendo que, como el gato de Schrödinger, siempre habrá un fantasma en la caja.

BORGES EN EL LABERINTO CUÁNTICO: LITERATURA COMO ESPEJO DE LO REAL
(Fragmento ampliado del diálogo Barad-Lacan)

El jardín de senderos que se bifurcan: Superposición como narrativa

En "El jardín de senderos que se bifurcan" (1941), Borges imagina un universo donde "todas las posibilidades se realizan", creando una red de tiempos paralelos. Esta ficción es la metáfora perfecta del estado de superposición cuántica: así como el electrón existe en múltiples lugares simultáneos hasta ser observado, el personaje de Borges, Ts'ui Pên, construye un laberinto-libro que contiene "todos los desenlaces posibles" de una historia.
Barad diría que este jardín es un campo de potenciales intra-activos: cada camino no se "elige", sino que se actualiza al ser recorrido (medido). El observador —como el lector que avanza por el relato— colapsa la trama en una sola realidad.

Lacan, en cambio, vería aquí el drama del deseo: el jardín es una metáfora de lo Real imposible. Por más que exploremos senderos, siempre habrá uno inaccesible (el objeto a que se escapa). Como el gato de Schrödinger, el jardín borgiano vive-muere en todos sus caminos a la vez, pero al leerlo, lo condenamos a un único final.

"Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades."—J.L. Borges, Ficciones
 

Libros que cambian el pasado: Retrocausalidad literaria

En "El otro" (1972), Borges dialoga consigo mismo joven. Este encuentro modifica su memoria: el pasado se reescribe desde el presente. Es la misma retrocausalidad que Barad identifica en física cuántica (el experimento de Wheeler): el hoy altera el ayer.

Barad lo explica así: "Si un fotón ‘decide’ comportarse como partícula u onda depende de una medición futura. Como el Borges viejo que, al hablar con su yo joven, redefine sus recuerdos."

Lacan lo vincula a la Nachträglichkeit: "Ese diálogo es una escena traumática actualizada. El Borges maduro es el significante que da nuevo sentido al niño que fue. Lo Real de su identidad se desplaza... pero nunca se captura."

El Aleph: ¿Dispositivo de medición o fantasma?

En "El Aleph" (1945), Borges descubre en un sótano un punto que contiene todos los puntos del universo. Es la visión total... que al mismo tiempo lo envenena.

Barad lo leería como crítica a la ilusión de objetividad: "El Aleph es el sueño de un dispositivo de medición perfecto: observar sin perturbar. Pero Borges muestra que esa mirada totalizadora es imposible —y violenta. Como el microscopio que intenta capturar un electrón y lo altera, el Aleph destroza a quien lo mira."

Lacan diría que encarna el fracaso de lo Simbólico: "Verlo todo es enfrentar lo Real en estado puro: un goce que quema. El Aleph es el objeto a elevado al infinito: promesa de plenitud que, al alcanzarse, revela su vacío."

Ética borgiana: Elegir es perder(se)

Al final de "El jardín de senderos que se bifurcan", el espía Yu Tsun elige un camino: mata a un hombre para enviar un mensaje. Este acto colapsa todos los potenciales en una sola línea de tiempo sangrienta.

Barad comentaría: "Yu Tsun intra-actuó con la historia: su elección no solo actualizó una realidad, sino que aniquiló mundos posibles. La ética cuántica exige preguntarse: ¿qué potenciales destruimos al actuar?"

Lacan focalizaría la pérdida: "Al elegir, Yu Tsun sacrificó lo Real de otros destinos. Toda decisión es un asesinato de posibilidades —y por eso duele. La ética no es evitar el daño, sino asumir esa culpa sin consuelo."

Conclusión: La literatura como laboratorio ontológico
Borges anticipó lo que la física cuántica y el psicoanálisis confirmarían: la realidad es un texto inestable. Sus laberintos, Alephs y jardines bifurcados son mapas de una ontología relacional donde: leer es medir (colapsar superposiciones), recordar es retrocausal (reconfigurar el pasado), elegir es truncar infinitos (y cargar con su espectro).

En este sentido, Barad y Lacan son lectores de Borges: uno ve en sus símbolos una invitación a co-crear mundos con responsabilidad; el otro, un recordatorio de que toda totalidad es una ficción que esconde su grieta.
"La física cuántica nos hizo borgianos: habitantes de un universo donde la observación es un acto de creación... y de traición a lo posible."

RAYUELA Y RICOEUR: SALTAR ENTRE VERSIÓNES DE UNO MISMO  
(La identidad como superposición narrativa)

Rayuela: Un mapa de potenciales

Julio Cortázar Rayuela (1963) no escribió una novela: creó un campo cuántico de posibilidades narrativas. Su obra maestra ofrece dos caminos: 1) Lectura lineal (Cap. 1-56): Sigue la historia "ordenada" de Oliveira y la Maga. 2) Lectura "al saltar" (Cap. 55-131+): Fragmentos, citas, notas marginales que bifurcan el sentido.

"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río…" —Julio Cortázar, Rayuela
 
Este diseño es superposición literaria: todas las versiones coexisten hasta que el lector elige un recorrido. Como el electrón que está en múltiples lugares, Rayuela es todas las novelas posibles a la vez.

Ricoeur: La identidad como relato en suspenso

Paul Ricoeur (Tiempo y narración, 1983; Sí mismo como otro, 1990) sostiene que el "yo" no es una esencia fija, sino una trama narrativa en construcción. La identidad se teje al: integrar lo disperso (eventos, fracasos, amores), reinterpretar el pasado desde el presente (Nachträglichkeit lacaniana), abrirse a lo imprevisto (el futuro como potencial no colapsado).
Oliveira (protagonista de Rayuela) es el caso paradigmático: en la lectura lineal, su identidad colapsa en desarraigo trágico, en la lectura fragmentada, su ser se expande en búsqueda lúdica.
Como el gato de Schrödinger, Oliveira está perdido y encontrado a la vez, hasta que la elección del lector lo fija en una trayectoria.

Puntos de convergencia cuántico-narrativos

Superposición

Rayuela (Cortázar) : dos estructuras de lectura coexisten en el mismo libro.
Ricoeur: el "sí mismo" es un haz de historias posibles.
Conexión cuántica: estados múltiples hasta la medición/elección.

Entrelazamiento

Rayuela (Cortázar) : París-Buenos Aires; Oliveira-Talita; razón-locura.
Ricoeur:"la vida se entrelaza con otras vidas" (Sí mismo como otro).
Conexión cuántica: partículas vinculadas a distancia (Oliveira y la Maga como electrones gemelos).

Retrocausalidad

Rayuela (Cortázar) : el final reconfigura el inicio (lectura saltada).
Ricoeur: "re-escribir el pasado para abrir el futuro" (Tiempo y narración).
Conexión cuántica: experimentos de "elección retardada" (Wheeler).

La ética del salto: Responsabilidad y juego

Cortázar convierte al lector en co-creador: "Al lector se le concede el derecho a intervenir en la novela [...] es un cómplice, un hermano."—Rayuela, "Tablero de dirección"
Ricoeur lo complementa con una ética narrativa: "Somos responsables de las historias que actualizamos. Narrar(se) es ya un acto moral."—Sí mismo como otro

Implicación cuántico-ética: Cada vez que elegimos un camino en Rayuela, aniquilamos mundos posibles (como en el jardín de Borges). Pero también creamos un nuevo entrelazamiento: nuestra lectura intra-actúa con el texto para hacer nacer una versión de Oliveira.

Conclusión: Somos historias que se miden a sí mismas
La genialidad de Cortázar y la lucidez de Ricoeur nos revelan que: vivir es elegir un orden de lectura entre el caos de lo posible. 

La identidad es un "tablero de dirección": Un mapa de saltos entre lo que fuimos, somos y podríamos ser.
Leer Rayuela es practicar física cuántica: Cada salto entre capítulos es un "colapso de onda" literario.

"El universo (como Oliveira, como nosotros) no está escrito en una línea, sino en una constelación de fragmentos. Leerlo —y vivir— es lanzar una rayuela sobre sus astros."
Ética del colapso: Hacia una ontología relacional
Si el universo es un tejido de entrelazamientos y superposiciones, entonces: nuestros actos son ondas expansivas (eco de la teoría del caos: "el aleteo de una mariposa en Brasil..."). La incertidumbre no es un vacío, sino un espacio de libertad (como en Ricoeur: Sí mismo como otro, 1990, donde la identidad se narra en diálogo con lo imprevisible). La responsabilidad es cósmica: Lo que hacemos a un río, a un migrante, o a un algoritmo, nos redefine.

Reflexión final:

La física cuántica nos devuelve al mundo como un cuerpo vibrante y sensible. Ya no somos ingenieros desmontando un reloj, sino tejedores en una red viva. Esto exige una política del cuidado radical: si hasta observar es participar, entonces mirar con justicia es un acto revolucionario. Como escribió Merleau-Ponty: "El mundo no es lo que pienso, sino lo que vivo". Y hoy añadiríamos: lo que co-creamos con cada mirada, cada ley, cada gesto de escucha.

El Telar Vibrante: Física Cuántica y la Escritura como Acto Creador

Hubo un tiempo en que la realidad se imaginaba como un reloj suizo: engranajes inmutables, leyes predecibles, y nosotros, relojeros soberanos descifrando el mecanismo desde una atalaya de certeza. Ese sueño cartesiano se quebró en el corazón mismo de la materia. Cuando Planck descubrió los cuantos, Heisenberg formuló su principio de incertidumbre y Schrödinger encerró su gato en una caja de paradojas, no solo nació una nueva física: se fisuró la ilusión de un universo ajeno a la mirada que lo interroga. 
La escritura, arte de dar forma a lo invisible, heredó esta revolución. Ya no somos cronistas de lo dado, sino tejedores de potenciales, observadores heridos que al nombrar el mundo lo alteran irrevocablemente.

La página como campo cuántico

Imaginemos la página en blanco como un campo de superposición cuántica. Antes de la primera palabra, todas las historias coexisten: tragedias y comedias, finales abiertos y catástrofes perfectas. Como el gato de Schrödinger, simultáneamente vivo y muerto en su caja de potenciales, el relato por nacer palpita en un limbo de posibilidades. Borges, profeta literario de lo cuántico, lo supo al crear El jardín de senderos que se bifurcan: "Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos". Ts'ui Pên, su personaje, no escribió una novela sino un universo de destinos simultáneos. Al elegir un camino narrativo, el escritor realiza un colapso de onda literario: actualiza una realidad y aniquila mundos posibles. Esta elección no es neutra. Como señala Karen Barad,no existen dispositivos de medición inocentes: "Observar no es registrar, sino intra-actuar". La pluma que escribe "amor" en vez de "odio", el enfoque que privilegia al verdugo sobre la víctima, son actos creadores que fabrican realidades tanto como las describen.

Lacan, desde el psicoanálisis, ilumina esta herida epistémica. En su seminario sobre Los cuatro conceptos fundamentales, la mirada no es un rayo de dominio sino un campo de fuerzas donde el observador queda atrapado. El escritor que espía a sus personajes por el ojo de la cerradura narrativa descubre, como el físico que mide un electrón, que su presencia altera irremediablemente el objeto observado. Oliveira, el atormentado protagonista de Rayuela, encarna esta paradoja: su identidad se bifurca según el lector elija la lectura lineal o el salto caótico entre capítulos. No hay Oliveira esencial; solo versiones que se actualizan en el acto de ser leídas. Cortázar, al ofrecernos un "tablero de dirección", nos hace cómplices de este crimen ontológico: elegir un camino es asesinar otros posibles.

El entrelazamiento: política de las conexiones invisibles
Si dos partículas entrelazadas responden al instante una a otra —separadas por laboratorios o galaxias— entonces la soledad es una ilusión óptica. Einstein llamó a esto "acción fantasmal a distancia", pero hoy sabemos que es la urdimbre misma de lo real. En la narrativa, este fenómeno tiene nombre: dialogismo. Bajtín reveló que toda palabra está tejida con voces ajenas, ecos de vivos y muertos que resuenan en cada frase. La Maga en París y Talita en Buenos Aires no son personajes aislados; son partículas gemelas cuyos destinos vibran en sintonía cuántica, conectadas por hilos invisibles que Cortázar teje en la estructura misma de Rayuela.

Este entrelazamiento trasciende lo literario para volverse ética política. Barad nos advierte: "Explotar un río en la Amazonia no es un acto local; intra-actúa con el clima global, con economías distantes, con cuerpos que nunca verán esa agua". El escritor que narra un campo de refugiados no "describe" una tragedia: intra-actúa con leyes migratorias, prejuicios mediáticos y discursos de poder que fabrican la categoría de "ilegal". Como un campo cuántico donde no hay partículas independientes del dispositivo que las mide, no hay personajes ajenos al sistema de fuerzas que los define. Orwell lo demostró al crear la neolengua en *1984*: las palabras no reflejan la realidad; la construyen. 
 
Hoy, los algoritmos que clasifican rostros por etnia son los nuevos ingenieros de identidades: al "observar" razas, las crean. La tarea del escritor es deconstruir estos dispositivos, mostrar los hilos del telar, desandar los discursos de odio y crueldad.

Tiempos enredados: el pasado como texto inestable
La física cuántica nos regala otra paradoja desconcertante: la retrocausalidad. Experimentos como el de "elección retardada" (Wheeler, 1978) sugieren que una medición presente puede alterar el estado pasado de una partícula. Barad lo interpreta como prueba de que la causalidad es un bucle, no una flecha. En literatura, Borges exploró esto en El otro, donde un diálogo entre su yo anciano y su yo joven reconfigura la memoria. El niño de cinco años que vive un episodio confuso no posee un trauma "objetivo"; será el adulto de treinta, al enamorarse, quien colapse ese recuerdo en una herida significativa. Lacan llamó a esto Nachträglichkeit: el pasado solo existe cuando el presente lo resignifica.

Ricoeur, en Sí mismo como otro, aplica este principio a la identidad: el "yo" no es una esencia fija sino una narrativa en constante reescritura. El escritor que construye una biografía ficcional sabe que el capítulo de la infancia se reescribe desde la vejez del personaje. No hay hechos brutos; solo interpretaciones que se modifican con cada nuevo evento, como un fotón cuyo comportamiento cambia según lo que hagamos mañana. Esta plasticidad del tiempo narrativo libera al escritor de la tiranía del origen: en el relato cuántico, el desenlace puede iluminar el prólogo con una luz nueva, revelando conexiones que siempre estuvieron allí, latentes.

El Aleph y la herida de lo real

En el sótano de Borges yace El Aleph, ese punto que contiene todos los puntos del universo. Verlo es enloquecer: la totalidad es insoportable. Barad leería este artefacto como una crítica a la ilusión de objetividad total: "Creer que podemos observar sin perturbar es la fantasía violenta del ojo imperial". Lacan, a su vez, vería en él lo Real imposible: ese núcleo traumático que resiste la simbolización, como el gato de Schrödinger que no puede ser representado en su estado de muerte-vida simultánea. 
Para Barad, lo Real es campo de potenciales; para Lacan, un agujero en lo simbólico. Ambas visiones convergen en la escritura: nombrar es siempre traicionar la complejidad del mundo, colapsar lo inabarcable en una línea frágil de tinta. Yu Tsun, en El jardín de senderos..., al elegir un camino y matar para enviar su mensaje, no solo actualiza una realidad: carga con el espectro de los senderos no recorridos.

El Tejido Cuántico del Relato: Escrituras

Un mapa para navegar lo indecible,he aquí algunos principios para tejer relatos que honren la complejidad cuántica del mundo:

Escribir en superposición

Antes de fijar una trama, explorar los universos paralelos. Redactar la misma escena tres veces: como tragedia, como farsa, como poema silencioso. Dejar que los personajes recuerden fragmentos de vidas no vividas, como ecos de realidades descartadas. La página debe conservar las huellas de lo posible.

Crear entrelazamientos improbables

Conectar dos personajes separados por océanos o clases sociales mediante un gesto mínimo: un mismo libro abandonado en un tren, un color de sombrero repetido, un tic nervioso idéntico. Hacer que un evento en la página 30 (un vaso roto, un pájaro muerto) resuene en la página 150 sin explicación causal. La trama es una red de vibraciones invisibles.

Practicar la retrocausalidad narrativa

Escribir el final primero a la manera de Arthur Ignatius Conan Doyle en los policiales de Sherlock Holmes y desarrollar la historia hacia atrás, revelando cómo cada evento previo se redefine desde el desenlace. Un beso en el capítulo 10 puede volverse, desde el final, un acto de traición o un sacrificio. El pasado es arcilla húmeda.

Exponer el dispositivo

Como Barad desmonta el microscopio, mostrar las costuras del relato. Incluir las notas marginales que Cortázar esparció en Rayuela. Dejar que el narrador confiese: "Aquí borré un giro cruel" o "Esta metáfora oculta mi prejuicio". La honestidad es la única ética posible.

Habitar paradojas

Crear un personaje que sea dos cosas irreconciliables: verdugo y víctima, cobarde y héroe, como el gato vivo-muerto. Resistir la tentación de resolver la contradicción. La literatura cuántica habita en la fisura, no en la síntesis.

Al final, el escritor es Penélope en la noche oscura del siglo XXI: teje tramas con un mano y con la otra deshace la ilusión de objetividad. Sabe que su relato no es el mundo, sino un mundo posible, actualizado al precio de aniquilar otros. En esta era de certezas fracturadas, narrar es un acto de humildad y valor: colapsamos potenciales sabiendo que, como el gato de Schrödinger, siempre quedará un fantasma en la caja del lenguaje. Pero es en esa grieta donde palpita lo vivo, donde la física se vuelve poesía y la palabra, un conjuro ético para reencantar lo real. La página ya no es espejo: es un telar donde lo visible y lo invisible se anudan en un único, vibrante y misterioso tejido.









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