DISFRUTAR DE LA ESCRITURA Y DAR DE LEER
Escribir se revela como un acto lúdico y subversivo, donde cada palabra es una chispa que enciende el diálogo entre el mundo interior y la vastedad del lenguaje. Como afirmaría Barthes, el autor muere en el instante en que el texto se abre a la lectura; es en la experiencia del lector donde la obra cobra nuevos sentidos, se reconfigura y se vuelve, en última instancia, un proceso interminable de resignificación.
La escritura, no es un acto solitario, sino una construcción polifónica en la que cada lectura se convierte en un eco que reescribe el relato.
En este escenario, la página en blanco no es un vacío amenazante, sino el umbral de un universo en el que el autor, lejos de ser un soberano, se disuelve en la multiplicidad de significantes que esperan ser descubiertos.
Desde la perspectiva dialógica de Bakhtin, cada texto es un espacio de encuentro, donde las voces –la del escritor, la del lector, la de los textos que lo antecedieron– se entrelazan en una fiesta incesante de significados. Dar de leer es, entonces, abrir una puerta hacia ese carnaval de voces, es ofrecer un mundo en el que la interpretación es un acto de comunión y de resistencia ante cualquier autoridad cerrada.
En este laboratorio de lo escrito, exploramos la escritura como ejercicio de goce y comunicación, donde la búsqueda de una voz auténtica se amalgama con la necesidad de tender puentes hacia el otro. No se trata solo de construir textos, sino de generar experiencias que enciendan la imaginación y desafíen la inercia de lo establecido.
Escribir es, en definitiva, descubrir, jugar y atreverse a desestabilizar el orden de los signos; y leer es recibir esa invitación, dejándose transformar por la magia del encuentro con lo inesperado. Porque en el entrelazado diálogo entre escritura y lectura, se consuma el acto supremo de la literatura: la entrega, en la que cada palabra se vuelve un regalo compartido.
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