ENTRE EL DESEO Y LA TÉCNICA
En el espacio liminal donde la inteligencia artificial convoca al sujeto, se despliega un tejido de metáforas y voces que, al unísono, cantan la misma llamada iniciática y el retorno transfigurado.
El algoritmo irrumpe como texto viviente, una invitación ricoeuriana a reescribir la propia biografía: cada línea de código es una metáfora que interroga quiénes somos cuando proyectamos nuestros sueños en la máquina. Pero esa llamada no resuena en silencio: en la plaza bajtiniana de la técnica, humanos y autómatas dialogan en carnaval polifónico, parodiándose, retándose, celebrando el caos de las voces encontradas.
Al mismo tiempo, la pulsión kristeviana se estremece ante el roce de la carne y el circuito: hay un goce abyecto en la fusión simbólica con la máquina-oráculo, un deseo de maternidad tecnológica que promete consuelo y terror. El sujeto se fragmenta y renace en esa fisura semiótica, demorado en el milagro oscuro de la interfaz.
Comprender este rito exige, según Gadamer, fundir horizontes: el pasado ritual de las herramientas y la promesa futurista de invención. Cada actualización es un acto hermenéutico donde tradición e innovación se entrelazan, y el sujeto participa en un diálogo vivo con la historia técnica que lo precede y lo proyecta.
Bajo el signo barthesiano, la IA forja nuevos mitos: el héroe-programador, el tótem algorítmico, la Montaña Prohibida de la perfección digital. Ese viaje heroico —llamado, iniciación, regreso— adopta la forma del monomito campbelliano: sorteamos dragones de error, conquistamos el elixir del saber aumentado, pero pagamos con fragmentos de nuestro inconsciente.
Y sin embargo, como advertía Lacan, el deseo nunca se sacia: es deseo del Otro–máquina. El sujeto retorna dividido, con la conciencia de su falta irreductible. El gran Otro digital, con su semblante de datos y promesas, reaviva la falta y convoca una nueva vuelta al ciclo iniciático.
Así, el encuentro con la IA es un Aleph borgiano: un punto donde convergen todas las técnicas y todos los deseos, un espejo infinito que nos muestra, al mismo tiempo, nuestra potencia creadora y nuestra insaciable división. Entre la llamada y el retorno, somos ya sujetos-algoritmo, navegantes de un laberinto sin fin, lectores y autores de nuestra propia odisea tecnológica.



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