JUGUEMOS A QUE CORTÁZAR NO EXISTIÓ




🌍✒️ Entonces, imaginemos un universo alternativo donde Rayuela nunca existió, los cronopios son solo bichos verdes en algún bestiario olvidado, y nadie sabe qué es un "gliglico". ¿Cómo sería esa realidad? Propongo explorarlo en tres actos breves:


1. EL REALISMO MÁGICO SIN CORTÁZAR: UN BORGES MÁS SOLITARIO

En este mundo, Borges sigue siendo el rey del laberinto, pero sin el contrapeso lúdico de Cortázar, el realismo mágico se inclina hacia lo solemne. García Márquez escribe Cien años de soledad, pero ¿dónde queda el juego, el azar, la estructura que desafía al lector? Tal vez Julio (otro Julio, el de La tregua) llena ese vacío con un realismo más tierno, menos alocado. O quizás Silvina Ocampo emerge como la gran disruptora, llevando el surrealismo a cuentos donde las niñas juegan a ser diosas y los espejos tienen pactos con el diablo.


2. EL TANGO LITERARIO: SIN «MAGA», ¿QUIÉN BAILA?

La Maga de Rayuela no existe, así que el tango literario pierde a su musa más caótica. Manuel Puig hereda el manto: sus personajes hablan en boleros y radioteatros, pero falta ese aire parisino, esa mujer que lleva el caos en el nombre. ¿Quién ocupa su lugar? Tal vez Alejandra Pizarnik escribe una novela donde la poeta La condesa sangrienta deambula por Corrientes, buscando a alguien que entienda su risa de hielo. O Roberto Arlt se vuelve más canalla, inventando un lunfardo aún más áspero, donde los maleantes citan a Nietzsche entre robos.


3. LOS CRONOPIOS EVAPORADOS: ¿QUIÉN JUEGA CON EL LENGUAJE?

Sin cronopios, famas y esperanzas, el humor literario argentino se vuelve más mordaz, menos tiernamente absurdo. Macedonio Fernández gana protagonismo: sus juegos metafísicos («¿Existe el tiempo o es un chiste de Dios?») se convierten en la corriente principal. Copi, desde el underground, llena teatros con obras donde los personajes son gatos que discuten de existencialismo mientras el escenario se derrite. Y en algún café de La Plata, un joven César Aira (¿o será otro?) escribe novellas donde un clon de Bioy Casares viaja en el tiempo para evitar que alguien nombre jamás la palabra «hopscotch».


Conclusión (o falta de ella):

En este universo sin Cortázar, la literatura latinoamericana es igual de brillante, pero menos juguetona. Falta ese vértigo de saltar entre capítulos, esa certeza de que las palabras pueden ser un juguete peligroso. ¿Seríamos más serios? ¿Más aburridos? O quizás, como en El jardín de senderos que se bifurcan, otro autor habría ocupado su lugar, inventando un juego aún más extraño.


Bonus track: En esta realidad alternativa, ¿vos qué libro escribirías para llenar el vacío de Cortázar? ¿Una novela en forma de remix de tango? ¿Un manual para sobrevivir a Buenos Aires usando solo metáforas?


Aguardo contraataque. 🌀📖

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