LA CREACIÓN COMO FUGA: EL ARTE COMO GESTO, HERIDA Y RESISTENCIA.
Es tiempo de reflexionar sobre el lugar del arte en el contexto de la sociedad contemporánea, marcada por la liquidez, la transparencia de los sujetos y la vacuidad simbólica.
Desde una mirada que conjuga filosofía, estética y crítica cultural, podemos pensar el arte como acto de intervención ética, poética y política, capaz de resistir la masificación, recuperar el gesto singular y abrir espacios simbólicos en una realidad saturada de fragmentos. La creación artística aparece como un acto originario de resistencia frente a la muerte, represión, pérdida y como afirmación de la singularidad para otros, en tiempos de disolución colectiva.
Vivimos en una época líquida. Universo líquido, sujetos transparentes, semblantes sin anclaje, cuerpos desdibujados. Todo tiende a lo inestable: los espacios, las relaciones, incluso el pensamiento. La imagen de lo cotidiano se nos presenta como un vidrio empañado: devuelve reflejos distorsionados, ajenos al tiempo, al contexto, al otro.
Optar por detenerse es, en este contexto, un gesto radical. Me corro del lugar habitual, hago un espacio. Y en ese intervalo, balbuceo, canto, tiemblo. En esta tremulidad—no titubeo, sino temblor vital—, intervengo. Al desplazarme de la excesividad del mundo, intento un ritmo otro. Una poética del acto que condensa y recorta, que localiza sentido frente al despliegue abismal de signos y cifras.
Lo que se multiplica sin cesar no necesariamente produce sentido. Pero entre tanto exceso, emergen gestos anónimos, actos no subordinados a iconos o autores-consagrados. Esos gestos—mínimos, plurales—tejen una textura invisible de resistencia. El arte, entonces, no se limita a representar; interviene. Es política, es filosofía, es sacralidad encarnada. Su función no es la ilustración sino la encarnación de otra lógica. Crear es construir autonomía. Es un saber hacer, saber mirar, saber ser con otros. Una praxis que, aunque singular, requiere del lazo: no hay acto creador sin eco colectivo.
En este sentido, la obra de arte—como objeto simbólico—rompe con la lógica de la masificación. Lo que allí se juega es el afecto, pero no como emoción fugaz, sino como insistencia del deseo que agita la realidad. La obra localiza lo imposible, reordena lo dado, y revela lo que el orden social busca ocultar.
El artista trabaja con los imposibles: con lo que el material no permite, con lo que el lenguaje no dice, con lo que la cultura excluye. De esa imposibilidad surge una ética singular. Una poética, en este sentido, es también una moral. No en tanto prescripción, sino como afirmación sensible de lo humano.
Lejos de ser una actividad periférica, el arte es una operación originaria. No nació con los museos ni con el mercado. Su origen está en la cueva, en las manos anónimas que dejaron huellas. El arte es saber de lo preexistente, gesto histórico que persiste en el tiempo, ajeno y a la vez permeable a la técnica.
La creación es fuga, pero también restitución. Fuga como misterio, como marca en el envés, como movimiento de lo no visible. Pero restitución de un gesto fundamental: el que reconoce la fragilidad como núcleo de la existencia. En la prehistoria, cuando el fuego no alcanzó para revivir al muerto, el hombre cubrió su rostro de carmín, como si pudiera devolverle el color de la vida. En ese “como si” late el germen del arte: ficción, símbolo, negación de la muerte, gesto de amor.
Frente a las teorías que proclaman la muerte del arte o su disolución en la mercancía, insistimos: el arte resiste. No como estética decorativa, sino como fuerza que rompe con el acostumbramiento. La creación introduce escenas imprevistas, desbarata consensos y reabre lo clausurado.
Así, los grandes interrogantes reaparecen:
¿Cuánto tiempo dura la vida?
¿Cuánto, la tierra?
¿Cuánto, un universo?
En ese abismo de preguntas, el arte sostiene la dignidad del gesto humano. Como cuerda que vibra en lo inmóvil, como dibujo de una esencia perturbadora y amable. Porque en el arte, incluso la muerte pierde su dominio.
La creación contemporánea parte de lo masivo, pero no se diluye en lo masificado. Sutura, conecta, diferencia. Como aquel primer trazo sobre un cuerpo inerte, que quiso resucitar a través del calor y la forma, el arte insiste. Es símbolo, pero también resistencia. No busca fascinar, sino hacer sentir. No basta con conmover: hay que construir el acto que encarne esa conmoción.
Crear no es repetir un impulso. Es articular lo espasmódico, lo único, lo intransferible. Y en esa singularidad, se traza una ética de lo sensible, una política de la forma.
Hoy más que nunca, necesitamos crear mundos. No como consuelo, sino como gesto afirmativo. El artista contemporáneo no responde a maestros ni a academias: responde a la fragilidad del tiempo y al vértigo de la historia. Allí, donde el sentido parece extraviado, la creación vuelve a ser necesaria. Como acto, como resistencia, como posibilidad.
Bellísimas tus palabras querida Ale Mendez. Motivan al arte de la escritura. Agradezco que te cruzaste en mi vida, no sé cómo, pero es un soplo de aire fresco en una mañana primaveral, un renacer en el presente de cada día. Con todo cariño Beatriz Cardozo
ResponderEliminarEl aparato marcó sin querer esa Z que no tiene tu apellido, amorosa Ale Mende
ResponderEliminarGracias Beatriz Cardozo se trata de eso, de estimular para que podamos hacer en el arte, en la escritura. Abrazos.
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