PROTOCOLO E: PLAN INVERSO (cuento)
Hace tiempo que fui convocado a este área especial. Un poco por el beneficio económico y otro por el orgullo de un ascenso, acepté aunque en este organismo específico no tengo contacto con mis viejos compañeros y trabajo solo, sin el intercambio que enriquece la tarea. Por otra parte, es un lugar muy cerrado en sus pautas. Pero ya falta poco para mi retiro y me sirve estar acá, aunque estoy a disgusto.
Es jueves. Lo sé porque los jueves me toca revisar el grupo A14: textos con ambigüedad retórica.
Dejo de lado un documento para revisarlo mejor.No me perturba eso. No me perturba que no tenga firma, ni que el sistema lo haya marcado en rojo por "uso anómalo del adjetivo". Lo que me inquieta —en verdad— es ese estilo. No tiene fecha. Pero reconozco la sintaxis. Esa pausa entre sujeto y predicado. Ese gerundio obstinado, como si aún escribiera con lápiz y letra cursiva.
Busco el archivo madre. No está.El sistema lo clasificó como "residuo narrativo con riesgo bajo". Y sin embargo, está ahí. Tiene mi voz. Mi omisión. Mis recurrencias y errores.
***
A Blanca Lisiardi la reconozco ni bien sube. Está encargada de anomalías discursivas predictivas.
La saludo con un leve movimiento de cabeza. Ella responde igual. No va más allá. Sé que hay un dique de vinculación discrecional entre los funcionarios del organismo. No está escrito, pero se cumple.
Cuando el ascensor se detiene, no se baja. Me deja pasar primero. Me sigue a corta distancia.
Entro a mi oficina. El sistema ya me espera con una nueva tanda del grupo A14. En la parte superior, en rojo:
"Documentos transferidos desde el módulo B13. Solicitud prioritaria."
Mi nombre, entre los destinatarios. Una nota adjunta: "Entrega directa solicitada por Blanca Lisiardi."
La frase no debería estar ahí. No en ese documento. No con ese uso. "Gramática de estabilización" era una propuesta técnica mía, en un contexto limitado. Ahora aparece como fundamento para una política internacional de control discursivo.
Busco en los metadatos. El documento fue elaborado por un módulo cruzado, B13–E4 con participación externa. No hay autores asignados. Abro el panel interno. Selecciono: "Revisión por ambigüedad técnica / asignación inusual de términos operativos".
Redacto una nota breve: "Se detecta uso no justificado del concepto ‘gramática de estabilización’. Solicito trazabilidad y contexto semántico original." La dirijo al B14. Marco la opción "posible anomalía predictiva".
Llega a las 16.02. Una notificación interna: "Durand, requerido por Blanca Lisiardi – módulo B14 – acceso 5."
Bajo al nivel 5. Blanca está ahí. Sentada. La pantalla frente a ella está apagada.
—Hola, Durand. ¿Café? - Señala una pequeña bandeja con dos tazas. Sirve con precisión.
—Parece que llueve en Buenos Aires.Gracias por venir. Sentate, por favor. Supongo que la frase te incomodó —dice Blanca, sin mirarme directamente y continua: Sé que la usaste en un informe interno, hace dos años. No estaba destinado a circular. Mucho menos a eso.
—Entonces, —digo al fin— ¿para qué me llamaste?
Blanca se queda en silencio unos segundos. Luego dice:
—Antes de subir, pasé por tu auto. En el parabrisas te dejé una nota. Está mi celular y la dirección de mi casa. Nos vemos esta noche.
***
Más tarde, ya en la calle, la llamo. Blanca atiende sin decir su nombre.
—¿Sí?
—Soy yo, Durand.
—Te esperaba —responde.
—¿Dónde es?
—Piso 7, letra D —dice, y corta sin más.
El tono es seco, pero no hostil. Como si todo estuviera ya previsto.
Esa noche, ingreso al edificio. El ascensor es antiguo, con botones opacos y un leve zumbido. Al llegar al piso 7, camino por un pasillo silencioso. Toco la puerta D. Se abre sin que llegue a sonar el timbre.
Blanca está descalza. Lleva medias gruesas y un suéter largo. Me mira apenas, con una expresión que no sé si es cansancio o certeza.
—Pasá.
El departamento es sobrio, silencioso. Me indica un sillón. Prepara dos vasos con algo tibio —té, tal vez— y me lo alcanza sin hablar.
Después se sienta frente a mí. No dice nada al principio. Bebemos en silencio.
Entonces ...
—Tienen un plan de exterminio.- dice.
No necesito explicación.
Siento en el cuerpo lo que había intuido en los textos: nuestra función no es preservar el lenguaje, ni organizar su uso. Es administrarlo. Administrar palabras que anestesien. Nombrar el hambre como "desfase logístico". El miedo como "conducta adaptativa". La pérdida como "externalidad emocional".
—Nos entrenaron para eso —dije en voz baja—. Para que la violencia no duela, para que la frase la disuelva.
Blanca no responde. Solo asiente, muy leve, como quien confirma una herida compartida.
Hace una pausa. Sirve otra taza.
—Durand —dice—, no es solo semántica. Es un dispositivo de aniquilación simbólica. Están exterminando modos de sentir, de decir, de recordar. Palabra por palabra. Matriz por matriz.
—Y lo hacen con anestesia discursiva. No con órdenes, sino con neutralidad. No con violencia explícita, sino con pasividad técnica. ¿Entendés? El dolor queda desactivado por el modo en que se nombra. El hambre se llama “déficit de recursos”, la muerte es “reducción de riesgo colateral”. La anestesia es parte del exterminio.
Después de unos segundos, levantó la vista.
—Necesitamos una fórmula inversa —dice—. Algo que diga lo que no puede decirse. Que lo deje trascender, sin gritarlo.
—¿Cómo una fuga dentro del sistema? —pregunto.
—Exacto. Una estructura que pase todos los filtros. Que parezca técnica, pero que lleve adentro la fisura.
Busca una libreta, escribe algo. Me la muestra:
“Implementar desplazamientos léxicos no lineales en segmentos estabilizados.”
—Esto puede pasar —dice—. Nadie lo marcaría como anomalía.
—Pero los que sepan leerlo...
—Van a entender. La verdad no va a entrar como mensaje. Va a entrar como eco.
Saca una hoja. Me la pasa.
Es un informe técnico. Pero está escrito con giros que reconozco. Frases dobles. Palabras que pueden leerse de más de una forma.
—Es el primer módulo del plan inverso —dice—La idea es simple: sembrar anomalías intencionales en los textos oficiales. Desviaciones semánticas mínimas.
—¿Para qué?
—Para que la verdad se filtre. No como consigna. Sino como error. Como metáfora fallida. Como lapsus del sistema.
***
Nos encontramos en su casa, noche tras noche. No hay protocolo. Solo un cuaderno. Una lámpara. Y frases que van naciendo como gotas en el borde de un techo.
—“Frente a escenarios de saturación digital, se recomienda incentivar expresiones de baja trazabilidad semántica.” Anoto al margen: poesía.
—“La implementación de umbrales de silencio operativo puede beneficiar la reintegración simbólica espontánea.”
Ella asiente.
—Eso es duelo. Pero dicho como si fuera estrategia.
Y trabajan durante casi un año en ese plan inverso.
***
Finalmente, esta mañana Blanca trae recortes. Subrayados por ella:
—“Recomendar el cultivo de microhábitos de significación no lineal.”
—“Evitar la neutralización semántica en comunidades de riesgo afectivo.”
—“Detectar zonas de retórica residual con potencial de reorganización espontánea.” Esto no es casual. No somos los únicos.
-Es un lenguaje dentro del lenguaje. Un ejército sin rostro.
Esa noche no escribimos nada nuevo. Solo leemos. Nos sentimos acompañados. Blanca se ríe. Por primera vez, con una risa amplia.
—Pura pulsación humana —digo, casi sin querer.
Ella reafirma lo que digo, con una ternura que no sabía que guardaba, y dice:
—La humanidad y su historia de salvación, ahora, respira en los textos del poder.
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