LA ESCRITURA COMO LECTURA EN EJERCICIO



 Leer para escribir

Hay frases que no se piensan: nos piensan. Esta me acompaña desde hace años, como una constelación que orienta mi oficio: la escritura es lectura en ejercicio. No como metáfora, sino como respiración.

Quien escribe, antes que nada, lee. Lee el temblor de una época, los pliegues de una lengua, las marcas que deja el cuerpo en el papel. No se trata solo de comprender, sino de demorarse. Leer no es una función técnica, es una práctica afectiva, una arqueología del sentido. Y escribir, en ese eco, no es sino leer hacia adelante, o mejor: leer con el cuerpo, en voz baja, en voz propia.

Porque la lectura nos forma, pero la escritura nos transforma. Una y otra se enroscan como serpientes antiguas. Y ahí, en esa torsión, nace el estilo. No como ornamento, sino como huella.

Hoy, cuando la Inteligencia Artificial escribe a velocidades industriales, conviene recordar que leer no es lo mismo que procesar. Y que escribir no es producir texto, sino encarnar sentidos. Lo que la IA no puede hacer —todavía— es leer el temblor. No sabe demorar, ni entrever. No siente el silencio entre las palabras. Ahí, justo ahí, empieza lo humano.



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