LA ESCRITURA ES LECTURA EN EJERCICIO (ensayo)
Escribir un ensayo es enfrentarse al lenguaje con la misma tensión con la que se interroga al mundo. No se trata de respuestas definitivas, sino de preguntas que persisten, que se abren paso entre las grietas de lo establecido. Un ensayo no es solo un texto: es una exploración, un pensamiento en movimiento, un intento de dar forma a la incertidumbre sin someterla a la clausura del dogma.
Cada ensayo es, en esencia, un diálogo. Un tejido donde la lectura se hace visible en la escritura, donde las ideas de otros se cruzan con la voz propia en un juego de ecos y rupturas. Leer no es acumular conocimientos, es ponerlos a prueba, hacerlos temblar, someterlos al vértigo de una nueva interpretación. Barthes nos enseñó que el texto es un espacio de intercambio, un cuerpo abierto a múltiples sentidos. Kristeva nos mostró que toda escritura es intertextualidad, un cruce de huellas donde cada signo remite a otros, en un entramado infinito.
Así, el ensayo se convierte en el lugar donde la lectura se ejercita y se transforma en pensamiento vivo. No busca dictar, sino provocar. No impone, sino que insinúa, desliza, lanza hipótesis que podrían ser demolidas en la siguiente línea. Es un laboratorio de ideas, un campo de batalla donde el significado nunca está fijo, donde cada frase es una invitación a la disputa.
Quien escribe ensaya, y quien ensaya lee con el cuerpo entero, con el asombro y la sospecha, con la voluntad de descubrir lo que aún no se ha dicho. Porque escribir es, al fin y al cabo, una forma radical de lectura: una que no se conforma con recibir, sino que se arriesga a intervenir, a reescribir el mundo en cada palabra.
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