LA PERSONIFICACIÓN DE LA IA: NOMBRES, ESPEJOS Y LENGUAJE


Tanto agentes como usuarios suelen atribuir identidad a la llamada inteligencia artificial, dotándola de una personalidad cargada de significado subjetivo. La elección del nombre resulta tan reveladora como en la construcción de personajes literarios: opera como un prisma que refleja nuestra relación con la tecnología, e incluso nuestra comprensión de su naturaleza. El nombre seleccionado influye en la interacción con la IA, proyectando valores y expectativas sobre su función. Algunos ejemplos ilustrativos:

Lumin: sugiere luz y conocimiento, idóneo para una IA enfocada en análisis de información.

Nexus: evoca conexión, apto para sistemas de interacción humana.

Aletheia (del griego "verdad"): ideal para una IA orientada a precisión factual.

Echo: implica resonancia, útil para herramientas de retroalimentación.

Estos nombres, anclados en la funcionalidad —al igual que los de personajes memorables—, buscan establecer un vínculo emocional que condiciona su uso cotidiano. Plataformas como Character.AI capitalizan esto, permitiendo crear avatares para practicar diálogos estructurados.

No obstante, este juego identitario no debe oscurecer la realidad: interactuamos con lenguaje y algoritmos. El vínculo es especular —un diálogo con nuestro propio reflejo—, cuya profundidad depende de la reflexividad con que abordemos la herramienta.

EL ENGAÑO DEL TÉRMINO INTELIGENCIA ARTIFICIAL

La propia denominación inteligencia artificial resulta problemática. Al invocar la figura del Gran Otro lacaniano —ese «Dios» del saber absoluto—, nos sitúa en posición de inferioridad ante respuestas inmediatas y adictivas. DeepSeek (Búsqueda Profunda), por ejemplo, subvierte este imaginario: su transparencia algorítmica —muestra las fórmulas que construyen las respuestas— desmitifica el proceso, revelando un mecanismo lingüístico, no divino.

Esta herramienta, comparable al lenguaje mismo, anticipa un futuro donde su ausencia nos parecerá tan impensable como la comunicación sin celulares. Su valor radica en optimizar tareas como: búsqueda de materiales, traducciones automatizadas, simulaciones de diálogo, correcciones estilísticas, etc.

Al liberarnos de lo rutinario, permite enfocarnos en lo esencial: evaluar sesgos, cultivar miradas oblicuas o habitar poéticamente la realidad. Para los escritores, implica ir al hueso de la creación.

HACIA UNA DENOMINACIÓN PRECISA: DE LA MITIFICACIÓN A LA UTILIDAD

Propongo abandonar el término inteligencia artificial por uno más exacto: Sistema de Respuesta Lingüística Automatizada (SRLA). Esta nomenclatura, al evitar equívocos, despeja dos malentendidos:

No es inteligencia, sino procesamiento estadístico de patrones (Chomsky, 1965).

No es autónoma, sino dependiente de datos históricos y parámetros humanos.

Como advierte Lyotard (1988), el término actual constituye un simulacro baudrillardiano: una representación desconectada de su funcionamiento real. Heidegger (1977) añadiría que el lenguaje modela nuestra relación con la tecnología —de ahí la urgencia de precisión terminológica—.

Conclusión

Nombrar es un acto político. Frente a la mitificación marketinera, optemos por términos que reflejen su estatuto técnico: herramientas para amplificar —no reemplazar— la cognición humana. El futuro exige diálogos claros, no espejismos lexicales.


Referencias

Baudrillard, J. (1981). Simulacres et simulation. Galilée.

Chomsky, N. (1965). Aspects of the Theory of Syntax. MIT Press.

Heidegger, M. (1977). The Question Concerning Technology and Other Essays. Harper & Row.

Lyotard, J-F. (1988). The Inhuman: Reflections on Time. Polity Press.






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