QUÉ ES SER UN AUTOR EN LATINOAMÉRICA III



LA PALABRA COMO ORIGEN: MEMORIA, DESEO Y ARTE

En las civilizaciones precolombinas, la palabra no era un medio sino un principio. El Popol Vuh lo enuncia sin vacilaciones: "Así se hizo el cielo, así la tierra. No había hombre, ni animal, ni aves, ni peces, ni cangrejos, ni piedras, ni barrancos, ni árboles: sólo el cielo estaba. Todo estaba en suspenso, en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la bóveda del cielo..." Hasta que habló la palabra. [6]
En esas culturas, el poder no se asociaba a la fuerza física, sino al buen decir. La narrativa oral era el espacio donde se cifraba la ley, la historia y la identidad. La palabra era política, era memoria, era herencia. No es casual que el verdadero gesto imperial haya sido atacar la lengua: imponer el castellano como lengua del amo, silenciar las voces de los pueblos sometidos, borrar su memoria con la tinta ajena.
La Malinche, figura compleja y trágica, ha sido símbolo y síntoma de ese mestizaje impuesto. Pero no fue sólo traductora: fue intérprete, mediadora, portadora de un doble saber. Si el conquistador necesitó su lengua para someter, fue porque sin esa mediación, la conquista no hablaba. Y sin hablar, no se perpetra el dominio. La Malinche, como la mujer maya, encarna la tensión entre palabra y poder, entre deseo y violación, entre memoria y traición. [4]
Tzvetan Todorov la ve como símbolo del mestizaje. Pero ese mestizaje, como ya vimos, no es simétrico. La América mestiza, nuestra América, nace de una herida. Y sin embargo, de esa herida brota una fuerza. Una promesa.
Porque si algo ha sostenido a este continente no ha sido la espada ni la cruz, sino la palabra que resiste. Las lenguas indígenas que aún persisten, los mitos que sobreviven bajo formas sincréticas, los relatos que se narran en los márgenes: todo eso es literatura. Todo eso es arte.
Y si el arte nace del asombro, como sugería ingenuamente CFM, debemos entonces redefinir ese asombro no como deslumbramiento frente a lo exótico, sino como estremecimiento ante lo real. El verdadero asombro es ver y no desviar la mirada. Es nombrar lo innombrable. Es escribir desde la herida. [2]
Por eso, ser hoy un autor en Latinoamérica es una forma de responder a esa escena primera. Es dar testimonio. Es abrir la boca para decir lo que aún no se ha dicho. Es restituir el deseo a la lengua negada. Es recuperar, como dice Barthes, "lo absolutamente positivo del deseo", y hacerlo verbo. [8][9]
La literatura latinoamericana es insurreccional porque nace de la falta. De la pérdida. Del amor feroz a una tierra que ha sido tantas veces traicionada.
Y así como el tiempo retorna en forma circular en los mitos originarios, así también retorna la palabra. Cada autor que escribe desde aquí, si se deja tocar por ese eco profundo, no escribe solo: escribe con los muertos, con los silenciados, con las mujeres devoradas, con los niños que no aprendieron a leer, con las voces que nunca llegaron a papel.
Esa es la promesa y el peligro de escribir en esta tierra: que las palabras ardan. Pero que también, si arden, iluminen.

Referencias
[2] César Fernández Moreno, "América Latina en su literatura", UNESCO, 1972.
[4] Tzvetan Todorov, "La conquista de América: El problema del otro", Siglo XXI, 1982.
[6] Popol Vuh, traducción de Adrián Recinos, Fondo de Cultura Económica.
[8] Roland Barthes, "Fragmentos de un discurso amoroso", Siglo XXI.
[9] Roland Barthes, "El placer del texto", Siglo XXI.

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