VOLUNTAD LITERARIA: LOS DISCURSOS QUE NOS HABITAN
VOLUNTAD LITERARIA Y TRADICIÓN FÍSICA: EL CUERPO COMO LABORATORIO
Entre la represión y el deseo, el texto brota desde un lugar secreto del cuerpo. ¿Qué hay antes de escribir?
Lecturas, vivencias, ideas, estrategias, artilugios, reflexiones, rezan en espera. Crecen en gravedad hasta el aluvión narrativo, o sea, hasta que el escrito, que está preso, se libera. ¿Qué es lo que genera esto? En todos los casos, parece que se trata de la represión en un plano profundo y de la resistencia al acto de escribir. Cuando el oficio se ha logrado, el autor juega con estos tiempos y se erige en el movimiento de la escritura.
Así, novela, cuento, ensayo, lo que fuere, son el producto de su atención a ese momento preparatorio o revelador de las variables de apertura al escrito y la liberación del estilo. Logrado el arranque, surgirá la verificación del desplazamiento de la realidad, a esa realidad que aún no existe y que él mismo establecerá en el mundo simbólico. Posteriormente, atestiguará sobre lo que es infundido por la plena imaginación, y hasta puede llegar a descubrir algo de lo real que en ella hace signo.
Hay una generalidad a tener en cuenta: los amantes de la escritura ocupan la mayor parte de su tiempo y en muchos casos sin registrarlo plenamente, en un laboratorio de la palabra que anticipa el texto por venir. Como en toda vocación, los móviles pueden ser muchos, pero hay algo no siempre manifiesto y que es uno de los caracteres esenciales inherentes al autor. Más acá del deseo, de la pulsión de escritura, del querer escribir, está la voluntad literaria. Esta última tiene algunas cualidades diferentes a la voluntad a secas ya que habrá que prepararla, que reconocerla.
El tiempo de espera del escrito es un proceso de elaboración. Esto supone borradores, notaciones, señales, vectores, esquemas que no llegan a ser el escrito pero que son esenciales para su logro y forman parte de lo que me gustaría pensar como la práctica del saber qué hacer con la escritura. Es el material en el que se trabajan los núcleos que impiden la creación escrita, o que la cierran. Es decir, la elaboración que permite la fluidez del texto literario.
Escribir requiere de ese laboratorio que no es de muestreos sino de conclusiones, no de pruebas sino de obra, y forma parte de la asunción de aquello que viene de las prerrogativas de la lengua. Lo hecho en este proceso es causa de liberación y ejercicio de continuidad. Este laboratorio de la palabra no se afilia en absoluto al rigor positivista en la experiencia. Por el contrario, es la expresión de una actividad que pone en escena la adivinación de algo oculto, el retorno de sus efectos de verdad –escritura mediante– y el escaparate fallido de la razón. Ya que esta última es un obstáculo.
Hay una fatalidad terrible en el no-escribir. Como contrapartida, el autor se aplica al ejercicio de continuidad. Y esto es oficio, en tanto que si no escribe, pierde la posibilidad de confirmar, de descubrir una precisión, que solamente puedo definir, por ahora, como un "sentir de peso". Y es el sentir que otros escriben en nosotros, experimentar que el cuerpo refunda estrategias venidas de otra parte.
No es la memoria, ni la búsqueda de discursos abolidos o la lectura de quienes nos anteceden en el oficio. Se trataría más bien de lo que se planta furiosamente en el esquema, más allá de todo lo que se lea o escriba y que es efecto de alguna etnicidad inscripta en el autor. Hay un plano, hecho de rasgos y de recorridos ancestrales, que se escenifican secretamente y se involucran con la narrativa. No es la escritura que se duplica por efecto de lo inconsciente, sino otra multiplicación que no se atiene al análisis de sentido ni a los movimientos interpretativos, y que ha sido experimentada en algún punto por diversos autores. Dicha por ellos al paso, sin mayor detenimiento, casi como una licencia poética.
Sucede que no es fácil reconocer que hay algo que la escritura puede desnudar, y que se trata de la existencia de discursos, tal vez cercenados, que vienen de otras épocas y que están alojados en el cuerpo. Relatos que, con suerte, el que escribe, al permitir su liberación, puede identificar. La elección del curso que sigue un escrito es arbitraria; el relato secreto, si no encuentra su destino en lo real de un soporte, sigue desplazando su obturación por una vía que pareciera ser hereditaria.
Retomo entonces las dos cuestiones que me ocupan. Por un lado, la "voluntad literaria" ligada a las resistencias. Por otro, lo referido a esos discursos secretos, que llamo la "tradición física" y que se liga a la represión. Así, por un lado nos ubicamos en el ombligo de la Cosa, no en el borde. Desde esta posición el desafío será situar los mecanismos que suceden entre la piel parlante de sus discursos secretos por un lado, y la puesta en acto de un movimiento por el otro.
En este lugar, el escritor construye una "autarquía" que tiene efectos de legitimación, supone un saber intenso sobre la Ley, sobre sus declinaciones y los bordes de su ruptura. La obra está en un lugar privilegiado. La obra es el prodigio. No como pensando la muerte del autor, ni su recapitulación o resignificación.
Vale decir que
tampoco se trata del autor en la obra, sino de una posición
aparentemente más ingenua: el autor como medium.
Idea que traspolamos de la época medieval: el escritor como medio
operatorio, ya no de la fe o del dogma, sino de una incisión en el
destino social.
Poner en causa supone reconocer el punto de inicio y la potencia de lanzamiento, para aproximarse al trazo de un recorrido. Implica devolver al camino lo que está fuera, lo que desborda o aquello que, sencillamente, quedó fuera de destino. Las dos figuras –la voluntad literaria y la tradición física– son ejemplares para entender el funcionamiento de la escritura, sus fluidos, diques y efectos. La lectura de una o de la otra requiere de distinta intensidad. La cantidad de material puede ser mayor o menor, pero ambas están en juego, en forma consciente o inconsciente, cuando la narración muestra su continuo.
Poner en causa supone reconocer el punto de inicio y la potencia de lanzamiento, para aproximarse al trazo de un recorrido. Implica devolver al camino lo que está fuera, lo que desborda o aquello que, sencillamente, quedó fuera de destino. Las dos figuras –la voluntad literaria y la tradición física– son ejemplares para entender el funcionamiento de la escritura, sus fluidos, diques y efectos. La lectura de una o de la otra requiere de distinta intensidad. La cantidad de material puede ser mayor o menor, pero ambas están en juego, en forma consciente o inconsciente, cuando la narración muestra su continuo.
No obstante, si bien siempre es la novela, esa otra vida inventada, esas otras gentes, que nos habitan y dicen, lo que nunca hubieramos dicho de no ser por ellos.
Estos interrogantes tuvieron real voluntad al manifestarse cuando escribí éste, que fue el final de un poema:
Porque si acaso...o si acaso como dicen...“Debajo del significante hay nada”
yo pregunto:
¿Y si hubiera piel, si hubiera tejido, si hubiera sangre, si hubiera...
la memoria de los otros?*1
*1.Ale Mendé. Vera Mística, Del Cuerpo y los espectros.
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