"YO QUE HE SERVIDO AL REY DE INGLATERRA" O...
LA ASPIRACIÓN DE UN HOMBRE DE BAJA ESTATURA
Es imposible escribir sobre este film sin citar a los dos hombres que lo hicieron posible: Bohumil Hrabal, autor del relato, y Jirí Menzel, el director que lo traduce al lenguaje cinematográfico, haciéndonos oír una voz literaria que vuelve profusa una misma escena, poblándola de detalles, de acciones instantáneas y múltiples.
Hrabal y Menzel trabajaron juntos en el guion. Sería ocioso pretender sintetizar la película cuando el mismo Menzel la describió con claridad:
“El guion se centra en dos historias paralelas. La primera sigue las andanzas juveniles y el gradual desarrollo de un ambicioso hombre de baja estatura antes de la guerra y durante la ocupación alemana, cuando, enamorado y guiado por la estupidez más que por el oportunismo, se encuentra del lado del poder ocupante. La segunda historia, entrelazada con la primera, muestra un breve periodo posterior: tras años en prisión, el protagonista busca la paz en una localidad alemana abandonada. Su sosiego se ve brevemente perturbado por la llegada de una joven obrera. Su juventud y vitalidad evocan las aventuras amorosas de su pasado. Está previsto que la película dure algo menos de dos horas.”
Esta última aclaración es valiosa si comprendemos que la voz narrativa de Hrabal tiene la particularidad de detener el tiempo en la descripción de objetos y acciones, mediante secuencias lentas, excesivamente detalladas y repetidas con palabras diferentes. El après-coup de su narrativa se apoya en la luminosidad antes que en el corrimiento de los hechos; lo esencial no es la revelación sino el goce del relato. Traducir esto al cine implica encontrar una forma en la que la imagen transmita el placer por las palabras, ese saboreo rumiado tan propio del autor.
Hrabal lo dice con claridad: “La ficción es un bellísimo aplazamiento del conocimiento”. Y esta es también la mayor apuesta de Menzel: no sólo contar lo que el autor cuenta, sino expresar su voz.
“Amé y admiré la prosa de Hrabal desde el primer momento en que la descubrí. No deseaba hacer una ilustración en color de sus narraciones, sino conservar la esencia de su estilo narrativo, interpretando su voz con el lenguaje del cine. Quise ponerme al servicio de un gran escritor y acercar su obra a la mayor cantidad de gente posible.”
Menzel logra ese milagro. Si en la novela Hrabal ofrece palabras para saborear, en el cine Menzel lo hace mediante una profusión de imágenes: luz, belleza, objetos y personajes se deslizan en cada escena como un banquete visual. Mesas cargadas de platos multicolores, mujeres arias esbeltas para poblar el mundo ideal del Reich, espejos donde el anciano se observa y recuerda su juventud: todo condensa un gusto por la imagen que traduce con precisión la voz del escritor.
Hrabal lo confirma:
“Un epílogo es siempre más bello que un prólogo lleno de esperanza. En la antigüedad los ancianos ocupaban el primer plano porque la vejez tiene a su alcance la juventud inundada de luz.”
El maître anciano que regresa de la cárcel es quien puede exiliarse en el relato y echar luz sobre el pasado. Ante el joven de baja estatura —no solo física, también moral—, se reconoce como Hrabal en Quién soy yo, compareciendo ante su propio juicio:
“Un juicio interior que consiste en un largo interrogatorio, en el que soy la acusación y la defensa al mismo tiempo, el fiscal y el abogado. Esa manera mía de escribir hace que las paralelas se crucen, que yo mismo me interrumpa. No se puede avanzar sino a través de un monólogo interior interrumpido por la intromisión de las cosas externas.”
Para Menzel, la novela Yo que he servido al Rey de Inglaterra es “una visión del mundo moderno y del siglo XX reflejada en la vida de un hombre”. Su objetivo fue ser fiel a la respuesta lírica, sin sentimentalismos, que Hrabal ofrece ante ese mundo.
La irrupción de lo abyecto —la guerra, la ocupación, la complicidad ingenua— le da un nuevo peso a la “baja estatura” del protagonista. Su falta de educación, su simpleza estúpida, se vuelven moralmente peligrosas. Su ceguera histórica es la marca de lo a-cultural en las masas. Y es desde la vejez, desde los espejos y la reflexión, donde el autor propone otra perspectiva: la de quien, al mirar hacia atrás, siente que “la vida se le escurrió entre los dedos” y “se llena de fe en la vida eterna”; la de quien cree ser ya “un nombre registrado en el catastro de la vida, más allá de las cosas”, y se encamina “hacia una vida eterna de la que no hay escapatoria”.
“Es como mirar de frente al sol de primavera, un cegamiento tan amoroso como el que provoca el alcohol más entrañable.
La vida eterna no es más que una bella y terrible salmodia acompañada de valses interpretados al clarinete, repetidos para siempre.
La muerte no tiene nada que ver: es una frontera agradable, donde basta inclinar apenas la cabeza para regresar allí de donde venimos al nacer.”
Así, con una leve inclinación de cabeza, Hrabal deja que su muerte impregne el espacio infinito de la literatura. Y desde allí, nos ofrece su mirada maravillada del mundo: una selección de fragmentos que considera sus atenuantes. Fragmentos que Menzel traduce con fidelidad estética y filosófica.
Comentarios
Publicar un comentario