LA LIBERTAD ES NUESTRA
(una afirmación de coyuntura)
¿Es de furia la patria cuando el hombre despierta y reflexiona? ¿Es un amanecer de cielos rosados y figuras ardientes lo que se levanta desde el horizonte al deseo?
Desde esta geografía abierta, donde los ríos todavía murmuran nombres antiguos, es fácil sentir que los muertos aparecen, que la historia respira bajo la tierra, que la vida nos llama con voz de trueno y pájaro. Lo que nos impulsa no es sólo la urgencia del presente, sino la sangre que late desde el corazón de la historia, esa que nos ciñe, nos arrebata, nos nombra.
Cuando pienso en nuestra nación latinoamericana, no invoco al huevo podrido del genovés ni a la máscara con que la muerte caló el camino de las Indias. Rechazo esa lengua colonizada que reduce nuestros cuerpos a cifra y mercancía. No. Hablo de los momentos invencibles del alma continental.
Hablo de la alegría de ser América Latina. De la fiesta de ser pecho de hembra en el Atlántico, canto abierto que disuelve los fuegos fatuos y renombra la dignidad. Hablo de la libertad como nombre robado, palabra profanada por siglos de discursos imperiales, y aún así viva, viva como tambor, como grieta de luz.
La libertad es nuestra, digo, y al decirlo, los ojos se llenan de verdad. En las aguas de nuestros ríos —donde la historia se remolina con las voces de los que fueron silenciados— veo que la postergada América descubrirá al viejo mundo. No con guerra ni cruz, sino desde su signo y palabra.
Porque no hay destino escrito en las rodillas de los dioses, sino en el ardor consciente de los hombres[1]. Porque aquí, en esta piel nacida del barro y la semilla, no bajó de un barco quien fue parido por la tierra misma.
Una canción, una ciudad de piedra, un idioma sin alfabeto, llevarán los océanos a la boca de los poderosos. Y ellos, sorprendidos, citarán nuestras piezas más nobles, las que no se escucharon en ninguna otra edad de la cultura.
Aquí vive la memoria del trayecto más antiguo del continente. Eco ancestral que nos es causa, raíz de una lengua que aún sabe del cuerpo, del círculo, del tiempo que no es calendario sino rito.
Durante siglos, fieras disfrazadas de única verdad arrasaron la tierra en nombre de la codicia[2]. Es la otra historia, la de ellos: la que nos quiso sin pasado, sin mártires, sin palabras propias. Como si cada lucha empezara desde cero, como si la historia fuera propiedad privada de los saqueadores[3].
Y sin embargo, humildes conquistadores de la belleza, ingenuos guerreros del hambre, dignos sabedores del dolor, candorosos sacerdotes de la resistencia: somos nosotros. En nuestras bocas hablan por siempre los desterrados hijos del tiempo.
Desde el sur de América resuena un canto. Un canto que dice:
"He de hacer que la voz vuelva a surgir de los huesos."
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Referencias: [1] Eduardo Galeano: “Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres.” [2] Bartolomé de las Casas: “Los conquistadores, como fieras salvajes, han destruido y despoblado las tierras, sin otro motivo que su insaciable codicia.” [3] Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires… La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas.” [4] Himno a los muertos de los guaraníes.
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