EL ARTE Y SU FUNCIÓN ÉTICO-POLÍTICA
“El proyecto democrático es el esfuerzo, aún incumplido, de encarnar en las instituciones, tanto como sea posible, la autonomía individual y social.”
—Cornelius Castoriadis, Ventana al caos.
A diferencia de otras producciones humanas, la obra de arte reúne elementos dispersos en un vacío. Esa condición es la que le da valor estético: no hay función, hay presencia. Es un movimiento a ciegas, una decisión que transforma materiales y gestos en una puesta. Allí donde no había nada, la libertad irrumpe con fuerza. La luz en escena revela sombras: en el contraste aparece la verdad.
“Ser o no ser, esa es la cuestión.” El personaje gravita entre su mundo y su doblez. Shakespeare nos habla del movimiento de la creación: entre la nada de la muerte y la forma del sueño. Donde algo no existe, yo puedo crear.*
Esa potencia creadora, por encima de cualquier relato de poder, convierte al arte en un acto ético y político. Su intervención no es neutra: produce sentido, memoria y cuerpo social.
Cuando el arte se libera de reglas impuestas, se suma a los incorregibles: mujeres, obreros, artistas fuera del espectáculo y del ornamento. Su ética no busca premios ni institucionalización, sino interpelar y marcar época.
Una moral del lazo, una legitimación jurídica, una política del deseo: todo eso está aún por hacerse. Los artistas caminamos en medio de las luchas sociales, sin confundirnos con los que decoran la propaganda o repiten eslóganes vacíos.
La libertad para pensar con otros exige pensamiento crítico. Hay que ser libre para hablar desde un "nosotros".Las grandes obras, muchas veces nacidas de sujetos humildes, expresan el signo de su tiempo. Reconocen el vacío, lo enfrentan con fragilidad humana, y nos devuelven una reflexión sobre el deseo, el fracaso, la alegría.
La transmisión del saber artístico es crucial. Al sembrar en otros, sembramos ciudadanía. El arte compartido no es lujo: es fundamento de autonomía y crítica. La maestría aparece cuando el creador decide abrir su proceso. Transmitir no es enseñar dogmas, sino abrir caminos, mostrar cómo se lidia con el material. Esa entrega funda nuevas empresas humanas.
Así lo expresa Sartre en ¿Qué es la literatura?:
"La obra escrita es un hecho social, y el escritor, antes incluso de tomar la pluma, debe estar profundamente convencido. Es responsable de todo: de las guerras perdidas o ganadas, de las revueltas y represiones; es cómplice de los opresores, si no es aliado natural de los oprimidos. Pero solamente porque es escritor; porque es hombre. Tiene que vivir y querer esta responsabilidad. Para él, vivir y escribir son lo mismo."
Desde esta mirada, el artista es tal si es sujeto de liberación. El arte burgués, por más técnica que ostente, es decorativo si no interpela su época. El arte verdadero trabaja sobre el vacío, no sobre el ornamento.
Transmitir arte es iniciar al otro en el juego con la materia. Porque muchas veces es el material quien impone sus bordes, y es en esa tensión donde surge la forma: literatura, sinfonía, escultura, lo que sea. Este proceso produce una geometría singular: legitima al artista como autónomo, libre, auténtico. La estética se convierte en ética subjetiva y, por extensión, en vínculo social que reconoce al otro como potencia creadora.
Eso es lo que vuelve al arte esencial para la autonomía. El deseo de compartir saberes genera un efecto liberador. No se trata de entretener, sino de crear condiciones para pensar y sentir.
Una sociedad justa reconoce esa función del arte: la de legitimar al artista como trabajador del símbolo y el sentido. No como bufón del burgués, sino como habitante pleno del lazo humano.
Crear es ejercer el derecho a decir. Y eso, en su forma más radical, es anarquía.
*1. William Shakespeare, Hamlet, Acto III, Escena I.
ilustración: bajo los adoquines, la playa. Grafiti Mayo francés 1968
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