LA OMISIÓN (cuento)



El 2 de julio de 2025, a las 17:13, en el vagón 3 de la Línea B, dos hombres se miran. Los veo, los leo. Sus nombres son Pedro Arancibia y Manuel Monti. No se conocen. No se conocerán. Y sin embargo, esa mirada, suspendida por once segundos en el vaivén del subte, podría haber cambiado el rumbo de la ciencia.

Pedro es físico, especializado en trayectorias que se desvían. Manuel es filólogo, dedicado a manuscritos apócrifos donde la palabra "logos" no significa "verbo", sino "frecuencia". Ambos trabajan con lo invisible: uno con las partículas del universo, el otro con las del lenguaje. Lo que los une es lo que no ocurre.

Pedro baja en Medrano. Manuel recibe un mensaje y aparta la vista. El encuentro no sucede. El mundo sigue como si nada.


Pero en un pliegue del tiempo, tal vez las palabras estén latiendo y lo que pudo ser está suspendido. Tal vez, si Arancibia hubiera sostenido la mirada un segundo más y Monti no hubiera tenido un mensaje a responder, el mundo sería otro. Posiblemente, habría ocurrido un diálogo:


—¿Ese libro que llevás...? —pregunta Pedro.


—Es el de San Juan el Oscuro —responde Manuel.


Hablan. Se reconocen en el intersticio entre ciencia y mito. Descubren que el "logos" original era vibración, no discurso. Que el universo no empezó con una explosión, sino con una palabra no dicha. Que la realidad se pliega al modo en que la nombramos.


Publican un artículo. Fundan una teoría. Nace una disciplina: la cosmolingüística vibratoria. Una comunidad emerge: Verbum. La ciencia se reescribe. La lengua se escucha.


Pero todo eso ocurre en la versión del mundo donde se miraron un segundo más.


En esta versión, no. En esta versión, Pedro baja. Manuel mira su celular. La mirada se interrumpe. Y nada cambia. O eso creemos.


Porque hay omisiones que pesan más que los actos. Encuentros que no se dan. Una partícula colapsada, tal vez... es todo lo que queda, de lo que pudo haber sido.


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