LA HISTORIA EN ESPIRAL
La Argentina está siendo apaleada. Y si te borrás de la realidad igual lo sabés aunque no veas el garrote. Lo sentís en la nuca al abrir la factura de la luz, en el estómago al pasar por la góndola vacía, en el hueco que deja un beso que se fue por un sueldo en dólares. Es una violencia abstracta, hecha de números y decretos, que se materializa en pómulos hundidos y puños apretados dentro de los bolsillos.
Pero en el fondo del habla—ahí donde las palabras se forman antes de ser pensadas—algo se curva. Una sílaba se rebela, un modismo se tuerce, un 'che' se enreda en la garganta y sale como un suspiro colectivo. La frase entera, entonces, se desenrolla. No es una línea recta que discute. Es un espiral. Un espiral que nace en el calor de una olla que hierve con lo que haya, en el ritmo de un cacerolazo que no sigue compás, en la coreografía desesperada de una murga que baila sobre el abismo.
El espiral tiene sabor a guiso compartido y sonido a cuchara golpeando el fondo de la olla. Huele a tierra mojada después de la represión, a tinta fresca en las pancartas que dibujan esperanzas con rabia. Se toca en los hombros entrelazados para cruzar la avenida, en las manos que amasan pan en silencio, en el roce de las banderas que sudan historia. No es una metáfora: es una geografía que crece desde abajo, mapeando el territorio con huellas de pies cansados que insisten en danzar. Cada vuelta del espiral teje en resistencia: el lenguaje de los que inventan monedas donde no hay, abrazos donde sobra miedo, canciones donde solo debería haber silencio.
La Argentina no responde en línea recta. No es sí o no, blanco o negro. Es un remolino. Gira sobre la herida, la lame, la hace más honda y más ancha. Se repliega para guardar la fuerza y sale de nuevo por donde no la esperan. No avanza ni retrocede: se expande. Expande el dolor, sí, pero también el deseo feroz de lo que aún podría ser.
Porque la Argentina no es el nombre que firma los decretos. No es la cifra que cierra hospitales. No es la voz que grita órdenes en la oscuridad. La Argentina es el pueblo que cocina en ollas lavadas por la historia, el que inventa monedas donde no hay, el que teje abrazos con hilos rotos. Esa coorte que hambrea y humilla es solo un parásito momentáneo en el cuerpo antiguo de la tierra. La esencia—terca—es otra: es la que baila con los pies en el barro y los ojos en un futuro que no llega, pero que se construye.
Nos apalean, sí. Pero cada golpe es un giro nuevo en la danza. Y el espiral crece. Más hondo. Más ancho. Más nuestro.
Comentarios
Publicar un comentario